viernes, 8 de septiembre de 2017
LA CHISTERA VACÍA
No había nada en aquel sombrero de copa, era una chistera vacía, y de repente, de no se sabe dónde, ni se sabe cómo, aquel joven mago sacó un conejo blanco.
Aquella tarde me rompí las palmas de mis pequeñas manos aplaudiendo.
Cuando llegué a casa todavía seguía asombrado, era para mí un maravilloso misterio: ¿cómo habría llegado aquel conejito allí?. Era magia; era magia y yo era un niño; era ilusión... era un ilusionista y yo necesitaba ser ilusionado; creía en los reyes magos, creía en Papa Noel, creía en el ratoncito Pérez, y creía que aquel señor de la chistera sacaba conejos de la nada.
Hace poco vi a ese mago, más mayor, envejecido, triste, vagabundeando por la plaza de mi pueblo... era un mendigo.
Me acerqué y le dije que hacía años le vi actuar. Le vi sacar de la chistera un conejo blanco...
“¿De esta chistera?” me preguntó enseñándome un viejo sombrero, más envejecido y más triste que él... “Esta chistera está vacía, se escapó el conejo, y con él se escapó mi vida... tengo hambre y no tengo que comer, si estuviera ahí el conejo, ya me lo hubiera comido”.
Entonces, y todavía no sé el por qué, le pedí que intentara de nuevo sacar de su chistera aquel hermoso conejo. El viejo mago sonrió con desgana, dijo sus palabras mágicas, metió la mano en su chistera... y de allí no sacó nada...
Miré dentro y lo vi. Estaba comiendo una hermosa zanahoria en medio de un prado verde... y entonces lo entendí.
Ese día descubrí el gran secreto de la vida: el pobre mago no había perdido el conejo, el pobre mago había perdido su ilusión.
Me alejé apenado, hubiera querido decirle que en su chistera vacía estaba su conejo blanco, pero no me hubiera creído, y yo a él, sí que le creí.
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