Me dijeron que desde mi habitación no se veía el horizonte, y no me mintieron.
En el techo había una mancha de humedad, y tumbado en mi cama fantaseaba pensando en que aquello era un mar que se desbordaba en la otra orilla del horizonte, y sentía sus olas en cada amanecer... Sentía la arena durmiendose entre los pliegues de mis paredes. Necesitaba creer que el cielo seguía rompiéndose con suavidad en algún lugar de nuestra tierra...
Pero no, desde mi habitación no se veía el horizonte, y cuando los sueños no eran más que sueños y hasta el aire era oscuro, pinté en un lienzo blanco mi corazón, y dentro pinté mi mundo. Derramé lágrimas sobre los ríos, y de mi esperanza planté mil árboles; dibujé rostros que se miraban y en sus labios sonrientes, con pinceles de colores, pinté bailando al arco iris; pinté caminos que volaban entre los besos de la luna y el sol, y en lo alto de la montaña más alta me senté desnudo.
Era el crepúsculo, y sobre mis cabellos el alba. Saqué la ilusión que guardaba en uno de los bolsillos de mi piel y escribí una poesía sobre la nieve... mirando la eternidad.
Aquel día, en aquella habitación sin ventanas, abrí una en el horizonte.
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