DÍA
7
“Un
último esfuerzo”
Me dice alguien sabedor de que yo ya soy
incapaz de darme aliento a mí mismo.
Siento que voy dando pasos
incoherentes por una improvisada pasarela que desemboca en el abismo.
Soy un funambulista sin red, un funambulista que no sabe de dónde
viene ni a dónde va, sobre una invisible cuerda en medio de la nada,
sin un lado ni otro.
Caigo rendido.
La noche acaba.
Todo parece
acabar.
Estoy
cerca, lo percibo con la luz del nuevo día. Veo, tumbado en la
arena, mis propias huellas que vienen hacia mí, y aunque han sido
cubiertas por los alisios vientos, sé que son profundas, hechas por
alguien hace tan sólo dos días, en el principio de un viaje, cuando
aún las fuerzas eran amigas de la esperanza y pisaban fuerte.
Ahora
la esperanza es la que me arrastra sobre ellas, borrándolas con mi
maltrecho cuerpo.
No
me equivoco. Siento ambiente humano en la lejanía. Sí, el viajero
regresa.
Descubro
en sus caras quizás el reflejo de la mía. Rostros y cuerpos que al
parecer están de tránsito en esta vida. Miradas perdidas que se
encuentran con ojos expectantes en mí.
Casi
no puedo respirar.
Noto la ausencia de varios entre el pequeño
tumulto que me recibe. No son más de quince, y entre ellos, tan
impacientes, invitándome entre ruegos a hablar, están los que
partieron en las otras direcciones, al parecer, sin éxito.
Hay
silencio.
Los
miro uno a uno.
Suplican.
Y
en un susurro imperceptible oigo que digo
–“Hay… hay
esperanza…”.
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