DÍA
8
Marchar
o morir.
No
nos queda casi agua, y yo me siento como un descendiente de Moisés
que ha encontrado la tierra prometida.
Sí,
les prometo que allí a lo lejos, donde parece no acabar el
horizonte, entre la arena abrasada de día y fría de noche, existe
un tímido amanecer, un alba, un nacimiento y la vida.
Es
nuestro propio más allá.
Lo que nos queda son tan sólo dos días
de bailar al compás de las dunas, y aunque yo no sé bailar, nunca
es tarde para aprender.
Será
duro, muy duro.
Son
mis acompañantes globos desinflados después de una fiesta de
cumpleaños, pero mis palabras han vuelto a encender esa vela apagada
en el pastel tras pedir su deseo.
Ahora
la esperanza es la bandera en nuestro barco, ahora hay viento, ahora
hay olas… ahora el tiempo nos acompaña. Hay un principio y un fin,
aunque lo que hay en medio sea el infierno.
Comenzamos
a mover nuestras piernas y con ellas se mueve nuestro cuerpo.
Sólo
hay quince almas.
No
debemos mirar atrás, pero los más débiles no pueden evitarlo… y
se convierten en arena que esparce el viento… y a través de mis
ojos, mi corazón se inunda de ellos.
Somos
sólo doce almas, pues los cuerpos ya no son nuestros.
Y
vamos camino del cielo… vamos sufriendo nuestro propio martirio,
pero en silencio todos decimos con la mirada que es mejor encontrar
la muerte buscando la vida, que no esperar a que nos encuentre ella…
Y
antes de que acabe el día, son tres más los que han dejado de
buscar.
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