La
vida es una partida de ajedrez: a veces juegas para ganar y avanzas
hacia la victoria, y otras juegas a no perder huyendo del jaque mate.
-Vamos,
vamos, un poco más…
-¿Cuánto
nos queda?
-Nada,
ya casi no queda nada, más allá del horizonte…
Para
algunos el horizonte son sombras. Hay una araña tejiendo su tela,
una tela que les envuelve y no les deja escapar.
Tan
sólo quedamos cuatro. Respiraciones profundas y secas.
Uno
suspira sus sueños llenando el vacío de flores de pétalos
temblando en el rocío… y no volvió a respirar.
Otro
se sienta, me mira y sonríe.
-Vamos-le
pido- el horizonte está ahí…
-Yo
ya he llegado, mi horizonte está donde yo esté…
Cierra
los ojos, sonríe y calla, y yo quiero quedarme con él, pero alguien
me toca la espalda y leo en su cara:
-Sigamos.
Pero
al rato el único que sigue soy yo. El otro ha dejado de andar. Le
cojo la mano y siento que ya no está, y su última palabra a mi oído
ha sido: GRACIAS.
¿Gracias?
¿Gracias por qué? Gracias quizás por haberles hecho creer que
jugaban a ganar avanzando hacia la victoria, cuando yo sabía que en
verdad, lo que hacíamos, era huir de la derrota.
No
sé si he hecho bien. Ellos lucharon por ganar y mientras lucharon
vivieron… y yo les he acompañado, les he guiado, sabiendo que iba
a perder.
Sí,
me siento a su lado. Ya no quiero caminar solo.
Esta
ha sido mi partida, este ha sido el tablero, ya no hay más piezas
jugando y yo ya no puedo jugar… más allá del horizonte, en la
tierra prometida que prometí, más allá hay otro horizonte igual, y
otro, y otro…y en todos no hay más que arena.
No
soy el rey, tan sólo soy un peón, y tumbado sobre la faz de la
tierra, veo al único rey brillando en el cielo, veo al sol, y es un
punto en la lejanía que poco a poco se va alejando.
El
firmamento se queda a oscuras y a mí tan sólo me queda atravesar
los umbrales del abismo.
En
este incomparable tablero de ajedrez, ya no hay piezas que mover…
es el fin de la partida.
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