domingo, 15 de octubre de 2017

DIARIO DE UN SUPERVIVIENTE

DÍA 2
Ha llegado el amanecer. No es más que una tímida luz que poco a poco se va convirtiendo en fuego.
Es un alba diferente, extraño y distante, un alba que pinta un paisaje desolador sobre el lienzo quebrado de la tierra… o es posible que por muy bello que pudiera llegar a ser este paisaje, nosotros no veríamos más allá del que vemos ahora, pues es la mirada en nuestros ojos la que nace quebrada.
Los párpados están todavía mojados y el suave viento de la mañana consigue que, entre las pestañas temblorosas, se quede grabada la arena de este desierto con la sal de nuestras lágrimas. Lágrimas que se evaporan.
Ha pasado el mediodía de puntillas y aun así ha dejado huella.
Nadie se mueve y ya nadie llora. Somos veinticinco supervivientes enjugando el llanto para ahorrar fuerzas, veinticinco personas respirando en compañía… y yo me siento solo, ¡y que triste es esta soledad compartida!
Hay quien reza bajo el sol cegador, hay quien no emite palabra alguna… y el eco es el mismo viento para los dos.
Pasa la tarde con la misma prisa sin tiempo con la que pasó la mañana, y el calor del cielo se ha congelado bajo la piel de nuestros cuerpos.
La noche se despierta, y nosotros llevamos en vela casi un día.
Entre el silencio y la quietud, todos curan sus heridas con quejidos acusados.
Nadie habla con nadie, la sorpresa ha paralizado nuestra razón, tan sólo nos miramos como buscándonos en otros, pues ahora no más somos espejos para los demás.
Los gritos de desesperación ya son voces aisladas que se reducen al olvido. El lamento es la palabra del principio del dolor, la resignación es la del final, pero yo no estoy dispuesto:
¡Estoy vivo!” Y aunque ayer creía que mi vida estaba en mis manos y hoy he descubierto que yo estoy en manos del destino, no puedo cerrar los ojos y limitarme a esperar recordando mi pasado, ¡No!, es momento de actuar, es la hora de caminar hacia el futuro.


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