DÍA
3
Hay
cuatro puntos cardinales. Cuatro lugares hacia donde ir.
Aunque
hemos utilizado los restos del avión como improvisado refugio, no
quedan víveres para más de cinco días… hemos de marchar.
Nos
organizamos.
Se
raciona el agua y la comida.
Al
llegar la tarde, un superviviente sale en dirección norte: “suerte”.
Otro
en dirección sur: “te esperamos”.
Un
tercero, al este: “rezarán por él”.
Y
yo, yo voy tras los pasos del sol que se esconde por el horizonte.
Llevo lo suficiente para caminar cuatro días. Dos de ida, dos de
vuelta.
Si
todo sale bien, siempre nos quedará un día y medio de alimento para
buscar la salvación en alguna dirección.
Ya
voy dejando las huellas atrás. Es casi noche cerrada y tan sólo
unas tímidas estrellas se asoman al balcón del cielo para hacerme
compañía. Atrás, en el improvisado refugio, quedan veinte personas
con su corazón aferrado a la esperanza.
Éramos
veinticinco: cuatro marchamos hacia lo desconocido con el único
deseo de convertir la esperanza en realidad. Alguien, uno, el que
rompía con sus lamentos la noche anterior el silencio, dejó de
gritar, dejó de esperar.
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