DÍA
5
Alzo
mi voz entre la oscuridad del cielo y ruego a mis antepasados que me
den fuerzas para caminar, porque la razón de su existencia, en este
momento, soy yo.
Necesito
valor para vencer los temores, para hacer lo que es justo, necesito
su sabiduría, pues ellos crearon el mundo.
Llega
la mañana, detrás queda la mitad de mi vida, exhausta, y con el
último aliento, me dejo caer sobre la piedra fundida por el correr
de los años, en el valle de la desolación.
Guardo
entre mis manos un puñadito de mundo, un trocito estéril de un
estéril lugar… y allí arriba, acompañando cada latido de mi
corazón, está el sol… y no sé si sonríe. Me acompaña a mí,
quizá como acompañó a otros más, y yo sé que es símbolo de
vida.
Cada
latido de mi corazón es una palabra y otra que gritan “¡Sí!, el
Sol es vida”, quemando y fundiendo la mía, secando hasta mi sed,
pero que aun en este huérfano paisaje donde no nacen los espejismos,
estoy yo para traer la vida… y por ello, sigo viviendo.
Me
levanto, y camino.
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